Montañas y Volcanes
La ubicación geográfica de Costa Rica hace que esté situada dentro del llamado cinturón de fuego del Pacífico que reúne a la mayoría de los volcanes del mundo. En nuestro país existen 112 volcanes de los cuales 10 tienen alguna actividad como sulfataras, fumarolas y esporádicas erupciones de vapor o lava en algunos de ellos. Además contamos con ciento treinta y dos cráteres de características impresionantes, lo cual es un impresionante recurso turístico. Nuestros volcanes están cubiertos en su mayoría de bosques y gran vegetación como por ejemplo el volcán Poás, Irazú, Arenal, etc.
La presencia de tal cantidad de volcanes en nuestro país no es la causa de los movimientos sísmicos sino que estos son originados por la subducción de la placa Cocos y Caribe.
Nuestro país cuenta con una extensa red sismológica equipada con tecnología moderna y con una excelente Escuela de Geología.
Las montañas de Costa Rica, dentro del sistema orográfico del istmo centroamericano, son las que con más intensidad capitalizan el turismo que ama las tierras altas, los panoramas anchos y el clima fresco de las cordilleras.
No existe otro país en el ámbito ístmico, que tenga tanta ruta trazada y servida, hacia las montañas, sean éstas las que ofrecen las hermosas alternativas clorofílicas de los bosques de altura media, o las que despuntan por arriba de los tres mil metros, y se abren en una increíble serie de cumbres cubiertas de páramo, y perfiladas en un paisaje glacial de gran interés geológico y escénico.
El sistema orográfico del país tiene tres poderosas masas cordilleranas: la Cordillera de Talamanca con 320 kilómetros de longitud, la Cordillera Volcánica Central con 76 kilómetros y la Cordillera Volcánica de Guanacaste con 112 kilómetros de longitud total.
En realidad la cordillera madre es Talamanca, que viene a ser la prolongación hacia el norte de la Cordillera de los Andes, y en cuyo extremo sur despunta como un reto altivo la más alta cumbre del país: el Cerro Chirripó Grande con 3.819 metros de altitud.
Las otras dos cordilleras son eminentemente volcánicas, y todas sus formaciones reflejan un vulcanismo cuaternario que aún en la actualidad está activo en las masas del Rincón de La Vieja, Arenal, Poás, Irazú y Turrialba.
Estos volcanes, algunos de los cuales son parques nacionales y representan una de las atracciones más poderosas para los turistas que visitan el país, pertenecen al sistema del Cinturón de Fuego del Pacífico, y estadísticamente se ha probado que son los más visitados de todos los volcanes existentes en el conjunto de las tierras centroamericanas.
Entre ellos la alternativa más espectacular la del Volcán Poás, punto en el que nace y muere toda la estructura del parque nacional del mismo nombre, y en el que está presente el mejor muestrario circundante de los hermosos bosques de altura que ofrece nuestro país al visitante extranjero, ansioso de consumirse en parajes que conserven todavía cierta buena dosis de virginidad.
Hombres de ciencia de todo el mundo, vulcanólogos famosos como Haround Tazzief, Richard Krushensky y el japonés Murata, han estado de acuerdo en que el cráter del Poás es uno de los más grandes de Latinoamérica y quizás uno de los que mantienen en forma más uniforme su actividad eruptiva.
El turista que llega al borde de la inmensa hoya, queda pasmado ante la escena plutónica que se abre a sus ojos, y algunas veces las erupciones de gases magmáticos, vapor de agua y cenizas que salen de la gigantesca boca –algunas de tipo geyseriforme– sobrecogen el ánimo con su fuerza ciclópea.
La facilidad con que se llega en automóvil hasta el borde mismo del cráter del Poás, es la misma que existe para alcanzar la alta cumbre del Irazú al norte de la ciudad de Cartago, la antigua capital de Costa Rica.
Este último volcán, famoso por las erupciones increíbles que realizó durante el período 1963-1965 y que convirtieron el cielo del Valle Central costarricense en una extraña sombrilla color gris ratón, tiene varios cráteres en su cima, que en la actualidad sólo dejan escapar emanaciones leves de anhídrido sulfuroso e hidrógeno sulfurado a través de sus fumarolas.
El cráter principal es de una profundidad que supera los 400 metros y está colocado al borde de una escarpa desértica, a la que se llega atravesando el terreno lunar de «Playa Hermosa», donde el visitante siente la sensación de transitar por los vericuetos de alguno de los misteriosos mares de la Luna.
Con 68 edificios volcánicos debidamente clasificados, Costa Rica
alcanza en algunas regiones geográficas una increíble mescolanza paisajística, en que uno encuentra desde reminiscencias de Hawaii, hasta rincones que parecieron copiados al carbón de los altivos contornos del Etna o del Vesubio, todo emergiendo siempre desde una eternidad de selva verde, inmensa y de fuerte característica tropical.
Los viajes a los volcanes, además de la espectacularidad de sus encuentros, son pintorescos porque atraviesan tierras de una belleza sin igual, campos labrantíos, pastizales donde se desarrolla una ganadería orgullo de los nacionales.
Se dice que solamente 10 personas de cada 3 millones de habitantes en el mundo, tienen oportunidad de ver, durante su vida, alguna erupción volcánica. Esta verdad estadística es aún más acentuada cuando se calcula que solamente 4 personas de entre igual número de habitantes, pueden alcanzar a ver en vida, un derrame de lava fundida.
En el Volcán Arenal, enclavado en la Cordillera de Guanacaste al extremo sureste del Lago de Arenal, y colindando con las viejas selvas donde aún viven los indios guatusos, el viajero que llega en automóvil puede aún observar el movimiento de las increíbles coladas de lava andesítica que se mueven hacia el norte y noroeste del llamado «Cráter C» del edificio.
Más de treinta coladas de lava ha derramado este volcán costarricense de 1.635 mts. de altura, desde que hizo su explosión catastrófica, a base de nubes ardientes, en el año de 1968.
En la actualidad la llamada colada «31», que tiene tres brazos según los informes del Proyecto de Vulcanología de la Universidad Nacional, se mueve hacia el norte y durante el día se notan sus derrames humeantes. Al llegar la noche, estos derrames se convierten en un arroyo de oro fundido, que avanza en medio de una nube de chispas formando un espectáculo de maravillosa presencia.
Con la ayuda del Instituto Costarricense de Turismo, los clubes de montañeros que existen en el país o recabando información directa en la Universidad Nacional turistas y hombres de ciencia interesados pueden llegar fácilmente a los volcanes.
Pero no solamente las tierras volcánicas hacen magnético el paisaje orográfico del país, sino también los mundos andinos sedimentarios (sic) donde se levantan algunas de las más altas cumbres costarricenses.
El Chirripó Grande es el techo de Costa Rica, y con mucho, la montaña más hermosa del contorno centroamericano.
Hace años un geólogo alemán de renombre mundial, el doctor Richard Weyl, descubrió en Chirripó (hoy parque nacional) vestigios de una pasada glaciación.
Según Weyl hace aproximadamente unos 25.000 años, esta parte de la Cordillera de Talamanca estaba totalmente cubierta de hielo, y por las gargantas de sus altivos picos de roca gris, se descolgaban los ventisqueros viajando, milímetro a milímetro, sus masas de hielo hacia los vallecitos en cuyo fondo se descubren aún hoy acumulamientos de morenas.
De esta época glacial la montaña está llena de recuerdos: rocas alisadas por la acción del hielo, lagunas con turba en el fondo, valles con morenas y por lo menos una veintena de lagos y lagunas que rellenan concavidades que se formaron en aquellas épocas remotas sobre la roca magmática.
Chirripó es como un pedazo del Ande. Geológicamente, climatológicamente y en sus aspectos de flora y fauna, la montaña es andina hasta en sus mínimos detalles.
El turista extranjero encuentra en Costa Rica compañías especializadas en viajes que hacen posible llegar hasta la magnífica cumbre, en recorridos a caballo que atraviesan selvas densas, llenas de especies botánicas tropicales y de infinitas variedades de orquídeas, hasta desembocar en la gélida extensión amarillo-paja de los páramos andinos.
Alrededor de Chirripó, para los amantes del alpinismo, se encuentran cumbres de formas caprichosas que suponen un reto siempre presente para los amantes de este tipo de deporte. Ventisqueros, Urán, Crestones, Durika, Kámuk, Truncado y Weyl son algunos de los nombres que tienen estas montañas cuya altura supera en todos los casos los 3.000 metros de altitud.
Pero también hay alternativas de alcanzar las montañas de Costa Rica sin mayores esfuerzos, y tan sólo ejercitando los músculos con pequeñas caminatas desde los puntos a que puede arribarse en automóvil.
Una de estas montañas mayores es el Cerro de la Muerte, punto en que la Carretera Interamericana del Sur, que comunica a Costa Rica con Panamá, alcanza su mayor altitud en Centro América.
El Cerro de la Muerte está lleno de oportunidades para los observadores de aves y animales silvestres. Es constante la afluencia de personas que llegan a aquellas altas cumbres para mirar algunos de los ejemplares más representativos de la fauna alada del país, al tiempo que pueden ver la incomparable escena del Océano Pacífico hacia un lado de la montaña y del Atlántico hacia el otro.
Otras montañas famosas para observar a las aves son el Cerro de Las Vueltas y El Jaboncillo, ambos en la misma ruta de la Carretera lnteramericana del Sur y surgiendo después de increíbles cerrazones de robles.
En Ojo de Agua, un punto en que los viajeros suelen detenerse para comprar, en la venta rústica de «Los Chespiritos», moras negras del contorno, viandas típicas y plantas, existen unas sabanetas medio ocultas entre bosques en que está visible una de las más extrañas asociaciones botánicas de toda América: las puyas de corte andino, casi desaparecidas en nuestro continente, y las lomarias que algunos botánicos consideran que vienen desde las edades diluvianas.
Para la gente que ama la paz; y sueña con la muda contemplación de valles plácidos cumbres silenciosas, bosques llenos de cantos de aves y clima fresco y tonificante, la industria turística costarricense ha ido instalando lugares especiales en las montañas que rodean al Valle Central. En el Monte de la Cruz, al norte de San José, está El Castillo, un club campestre con pista de patines sobre hielo, canchas de deportes, piscina cubierta y áreas boscosas para el excursionismo, y también existen hoteles en las faldas del Irazú, cerca del pueblo de San Juan de Chicoa, y en San José de la Montaña, así como en Monteverde, lugar en el que existe una de las más hermosas reservas forestales de Costa Rica, y donde todavía pervive, como una increíble luz tornasol alada, el pájaro Quetzal.
Por su belleza escénica, por la paz proverbial del país, por el clima democrático que se respira, la facilidad de establecer contactos oficiales o amistosos y la ausencia total de trámites engorrosos, permisos especiales o papeleos, son las montañas costarricenses, las más fáciles de alcanzar en todo el juego geográfico de la América Central.
Además del Instituto Costarricense de Turismo, recomendamos contactos con el Instituto Geográfico Nacional, Club de Montañisno de Costa Rica y Club de Alta Montaña de Cartago, OVSICORI de la Universidad Nacional y el SINAC.
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